Dos errores graves perjudican al transporte público de una ciudad como Bogotá: la desorganización y la incorrecta utilización. Lo curioso es que todos los involucrados en el negocio de la movilidad, es decir, peatones, pasajeros, empresas, conductores, entidades y cuantos queramos añadir, tienen un grado de responsabilidad en esos dos problemas. A las empresas y conductores, por ejemplo, no parece habérseles pasado por la cabeza que las máquinas se deterioran y en algún momento deben cambiarse o, por lo menos, repararse. ¿Cuántos buses no emiten mugidos como de elefante mal herido cuando frenan en alguna esquina? Y por cierto, ¡Frenan en las esquinas! Sí, en las bocacalles. No porque así se les antoje, sino porque a los peatones no se les ocurre mejor sitio para pedir el bus. Siempre nos hemos quejado de la falta de urbanidad de los conductores, pero somos los pasajeros quienes utilizamos equivocadamente los paraderos de buses. Generalmente, existe la concepción del paradero como el único lugar donde no se puede esperar transporte. Peor aún, algunos pasajeros se molestan cuando el bus los lleva 200 metros más allá de donde quieren, es decir, el lugar del paradero. Pero no sigamos eximiendo a los señores conductores, a quienes les agradan las carreras de obstáculos. En Bogotá, este tipo de competencia se asemeja al ciclismo de ruta: cuando un bus le lleva un minuto de diferencia a otro de su mismo itinerario, arranca un cabeza a cabeza para determinar quién saca la mayor diferencia. Lo insólito del hecho, es que, dado su afán por tomar la delantera, ninguno se detiene a llevar pasajeros. Tal vez si hubiese hinchas para este ‘prospecto deportivo’ la corrida resultaría interesante, pero hasta donde yo tengo entendido, la idea es transportar a los habitantes de la ciudad desde un destino hacia otro. Transmilenio, por su parte, ofrece todo un universo de situaciones para analizar. Pero atendiendo a los dilemas de organización y utilización, mencionemos sólo un par: hace poco la alcaldía optó por reorganizar las rutas. Los recorridos propuestos realmente podrían resultar eficientes si existiese algún tipo de manual para ayudar a interpretar los mapas de rutas, pues lo más normal es encontrase con personas que preguntan ¿qué ruta me sirve para ir a…? ¿Dónde para este Transmilenio? ¿Por qué no se detuvo en la estación anterior? Claro, también muchos usuarios, detenidos frente al cartel explicativo de los destinos, con el dedo índice derecho puesto en la estación de destino y el izquierdo en el número de la ruta indicada interrogan ¿Será que éste me sirve? En fin, el que esté libre de culpa…La foto de la buseta verde de Somalia es de flickr pero, la verdad, ya no me acuero a quién se la robé, de todas maneras gracias....
4 comentarios:
Tú tranquilo, Gabito, que ya con Samu el politiquero vamos a tener metro. Y ahí sí, como dice el narradorcito que perdió: ¡qué no me esperen en la casa!
La verdad a mí me parece que Samuel moreno es el menos politiquero de los que ganó, a diferencia de Uribe, que se salio de su papel de presidente para hacer política en contra de la democracia.
Y no sólo no les interesa cambiar o reparar los buses y busetas: ni siquiera se les ocurre que deban LAVARLAS: es un completo desconocimiento de las personas que les dan de comer –los pasajeros, pues– esas mugres de busetas. Sí, pasajeros y peatones también tienen culpa, pero los conductores de servicio público son casi orangutanes. En Bogotá, los que usamos buses y busetas sin duda somos veteranos de la guerra del centavo.
Sí, Señor Camilo, tienen razón. Toca tener muchas agallas para subirse en un bus de Bogotá. Si hasta me acuerdo que alguna vez leí en el tiempo que un orangután de estos mató a un estudiante a varillazos por pagarle con una moneda falsa de 1.000 pesos.
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