domingo, 28 de octubre de 2007

El bus de las 4:30

Así es, Señor. Vendo dulces en los buses. Uno en doscientos, tres en quinientos, siete en mil, eso mismo y sólo eso. ¿Por qué? Porque me da la gana. ¿Ha pensado alguna vez si alguien tiene alguna otra razón para vender dulces en los buses? Sí, es verdad. Es posible ganarse unos quince mil o veinte mil pesos diarios en esto. A algunos les va mejor. Pero, la verdad, no me preocupa. Yo no los vería como competencia ¿sabe? Claro, de todas formas mi caso es diferente. Yo no vendo dulces para ganarme la vida. Mis padres pagan mis estudios y mi sustento en esta ciudad. Con algún trabajo complementario que alguien me encarga -pues soy buen estudiante y gracias a ello mis profesores me han recomendado en algunas empresas- suplo los gastos de un universitario normal. No, materiales y fotocopias, no. Eso viene incluido en lo que me dan mis padres. Los gastos de un universitario normal son cosas como cerveza, trago, rumba, taxis y todo aquello que los progenitores de un mal o buen estudiante desconocen. Así que no tendría ninguna razón para pretender robar un bus. A propósito, ¿por qué ustedes detienen a los vendedores de los buses? ¿Por qué nos tiene aquí? ¿Acaso creen que somos una caterva de ladrones? ¡¿Por seguridad?! ¡Por seguridad! Yo a ustedes los he visto cargarse vendedores de buses a macanazos en sus dichosos camiones de policías. Por eso todos corren y se esconden cuando los ven venir. En realidad no creo que haya ninguna orden oficial contra los vendedores de buses, porque seguramente nadie habrá regulado sobre eso. Recuerde que en este país todo debe estar prescrito, proscrito o como se llame para que las supuestas autoridades como ustedes actúen en consecuencia. Y nada se regula si no se demanda, o se necesita un impuesto. Y hasta ahora no hemos sabido si a alguien se le haya ocurrido demandar la venta en los buses por competencia desleal o si, simplemente, hayan querido chantarnos un arancel de cámara y comercio por cuenta de vender 7 dulces en los buses. Sí, señor, ya le dije que soy estudiante. Estoy terminando mi carrera, por lo tanto no soy ningún ignorante, yo sé de estas cosas. ¿Ladrón? ¿Ladrón? Vaya a ver si ustedes tienen idea de quiénes son los ladrones. Y luego dicen que son policías. ¿Cuántos ladrones cree usted que venderían dulces en los buses? ¿Eso no sería contraproducente? Precisamente vender dulces en los buses es una manera más elegante de mentir. De hecho los compradores nunca se sienten estafados y siempre están satisfechos. No hay mejor negocio que éste, pues usted no necesita tener servicio al cliente. Si el lapicero sale malo y no dura más de un par de días, cualquier peatón no juzgará mal al vendedor. “Pobrecito - dirían - igual no tiene más de qué vivir, había que ayudarlo. Mal que bien yo algo tengo y puedo comprar otro lapicero. La verdad lo hacía por colaborarle”. Y lo sé porque muchos de mis compañeros de universidad piensan eso. Entonces póngase a pensar, quién diablos se subiría como vendedor a un bus para estudiar un robo. Sobre todo porque no tendría oportunidad de sacar conclusiones y volverse a subir al mismo bus y encontrar a la misma gente y en la misma posición. ¿Es que ustedes no piensan? Yo he visto a los verdaderos atracadores de buses. Suben. Sacan un arma. Se la ponen a alguien en el cuello, lo intimidad y le quitan, generalmente el teléfono. Dicen que algunos atracan a todos los pasajeros y luego se bajan. Esos llevan armas de fuego, pues un cuchillito no le gana a la cruceta o la varilla de metro y medio del busetero. ¡Ah, entonces terrorismo, me dice usted, que puede estar planeando un atentado, que ustedes no saben qué esté tramando yo! Valiente manera de pensar la suya. “¡Como no lo pude acusar de una cosa, pues chantémosle otra!” No, señor, así no son las cosas. En primer lugar no hay ni conmoción interior para qué usted me detenga por terrorismo por el simple hecho de vender unos cuantos caramelos en un bus. Y en segundo lugar qué tipo de equipo me encontró usted para yo recolectar información sobre las rutas del transporte público. No, no, no. Ni más faltaba. ¿No se les ha ocurrido a ustedes que los terroristas andarán por ahí como pasajeros normales y cuando se bajen irán a su escondite a tomar nota? Si fuera terrorista, vender dulces en los buses jamás se me pasaría por la cabeza… … ¿¡24 horas!? ¿Qué eso es lo mínimo? ¡Señor, eso es injusto! Mañana tengo un examen, déjeme ir, ¡yo no he hecho nada malo! Sí señor, eso digo, no estoy necesitado. Es la verdad. No soy ningún mentiroso. ¿Es difícil de aceptar? No paso necesidades, no hago esto por beneficio económico. Ya sé, ya sé. Me lo ha dicho cientos de veces. Ese argumento es muy sospechoso. Pero ustedes jamás entenderían. Está bien, está bien. Vendo dulces en los buses. El dinero no me interesa. ¡Déjeme terminar, aunque sea! No me interesa el dinero. Siempre tomo la misma ruta, es verdad. No la cambio. Subo y bajo en un Unicentro, desde la avenida 19. Se va por la séptima, de los que cuestan mil cien pesos. Unos buses grises, con una franja verde y otra amarilla. Tienen los conductores peor educados de Bogotá. Cuando un pasajero da un timbrazo de más, pidiendo la parada, se detienen, abren la puerta y clavan su mirada en el espejo de la escalera de descenso. Cuando el pasajero está a punto de convertirse en transeúnte y tiene un pie en la calle y otro en la escalera del bus, aceleran para que éste se golpee. Lo tomo a las 11 de la mañana los martes. Los demás días a las 4:30, excepto el lunes, porque mi horario no me lo permite. Hago dos viajes, generalmente con la esperanza de encontrar lo que busco: una mujer. La vi por primera vez en ese bus. Es hermosa ¿No cree usted en el amor a primera vista? La he escuchado hablar por teléfono celular con sus padres o algún amigo. De ahí deduje que tiene un corazón noble. Siempre quiere ayudar. Estudia en los Andes, según sospecho. Su rostro, sus labios, sus ojos y su cuerpo me encantan. Es una composición perfecta. Ternura y belleza. Parece sacada de algún cuadro fantástico. Pero sólo la vi dos veces. Tomó mi mismo bus en la primera ocasión. Yo lo había abordado en la Colina Campestre. Ella se subió cerca de Unicentro. Y yo siempre había esperado toparme con una mujer así en el bus. Siempre imaginé que la casualidad alguna vez me reservaría la oportunidad de sentar a una mujer hermosa junto a mí en el bus, en un viaje de una hora, o tal vez más. Entonces yo le hablaría, nos gustarían las mismas cosas y hasta acordaríamos salir. Pero ella también tuvo la oportunidad de elegir y prefirió el asiento diagonal a mí banca, que también estaba disponible. No voy a su misma Universidad, pero sí a una cercana. Por eso supe dónde estudiaba. La segunda vez que la vi, ella estaba tomando la misma ruta de bus, pero de regreso. Era la misma que tomamos la vez pasada. Pasaron otras similares y con puestos disponibles pero no los escogió, porque estos buses grises son nuevos y más cómodos. Yo corrí a tomar el mismo bus, pero no lo alcancé. Entonces la vi partir hacia el norte con su mirada clavada en el cielo a través del vidrio del costado derecho del vehículo. Desde entonces decidí buscarla. No sé si seré capaz de hablarle cuando la encuentre. Pero la busco. Y no encontré mejor recurso que vender dulces en los buses.

¡Muy buena foto la de Chocolate_buttons! Espero también me disculpe la copiada. Pueden visitar su flickr en: http://www.flickr.com/photos/picturingsongs/ También me traje una de www.busesdebogota.com


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