miércoles, 24 de octubre de 2007

Con otros ojos...

Regálenme pa’un pan

El vendedor se sube al bus y cuenta una historia triste. Muestra una herida horrible en su abdomen, la piel pudriéndosele en la pierna, una cicatriz de cuando vivió en un caño y sumido en las drogas, habla de un hijo necesitado de medicamentos caros, dice tener hambre o haber salido de la cárcel hace dos horas y que estuvo allí durante dos años por un crimen que no cometió. Nos conmueve. Tenemos los ojos aguados. Nos impresiona con su conversión a Cristo o su habilidad para declamar poesía. Y aflojamos el puño en el bolsillo. Le compramos sus lápices cuya punta no traza más de dos líneas, o los deliciosos dulces Italo, los lapiceros que no duran más de una semana. Otros le dan dinero, pero no le piden nada a cambio. Su mano recibe monedas de distintas nominaciones. Agradece y se baja con 2.000, 4.000 ó 5.000 pesos, dependiendo de la faena. “Pobre hombre”, dijimos. “Había que ayudarle”. “No quisiera estar en esa situación, mal que bien yo tengo trabajito”. Dos o tres abordan el bus en similares condiciones. Cuando llegamos a casa, concluimos que un taxi hubiera costado lo mismo. Hubiésemos viajado más cómodos, traeríamos menos cosas inútiles y quizá, sólo quizá, no estaríamos tan mojados. Pero ayudamos. ¡Oh sí! ¿Pero a quién le ayudamos en realidad? ¿No es el dinero traicionero? Hace un año o dos El Tiempo publicaba una entrevista a un hombre que se ganaba la vida pidiendo plata en los buses. Ese era SU TRABAJO, según él. Contaba que lograba reunir hasta un millón y medio mensuales. Gastaba quinientos mil en una pieza, algo más en comer y el resto en alcohol, drogas y - ojalá - rocanrol. No, señor, entonces tal vez no lo ayudamos. Algunos sí pedirán por necesidad, pero como estamos en Colombia, a estos, seguro, no les va tan bien. ¿Cómo podemos determinar esto, nosotros, los ciudadanos inocentes? Mi padre, tan sabio como cualquier padre, me recordará el ejemplo de los Sacerdotes Capuchinos. Ellos recomiendan ser caritativos, pero nunca regalar dinero. “Mejor dar un cuarto de arroz que cinco mil pesos”, decían. (En mi tierra un cuarto equivale a 5 kilos). Pero luego, a este noble periodista le cuentan de pobres que piden ropa, mercado, cualquier otra cosita y después todo lo venden para recaudar el fondo de sus vicios. ¡Ay de nosotros, caritativos pasajeros de bus! Y pensar que tengo amigos docentes y periodistas, cuyo salario apenas supera el mínimo. Gracias a la generosa reforma laboral de nuestro gobierno, sus contrato es de prestación de servicios, entonces de esa suma les descuentan un 10 por ciento de retención y deben destinar poco más de cien mil pesos para pagar salud y pensiones. Lo sorprendente es que más tarde los ves compadeciéndose de un pobre vendedor de bus o de un desplazado que, según lo he visto en las noticias, recibe un subsidio de trescientos mil pesos mensuales. Casi lo mismo que te queda de un salario mínimo devengado como prestación de servicios. Pero los hombres honrados siempre seremos inocentes y caritativos. Claro, otros nos aburrimos, por eso yo hace mucho preferí desconfiar y ya no compro en los buses, ni regalo una monedita en la calle.

Le doy las gracias a "Michael" por la foto de Flickr y le pido disculpas por tomársela prestada. Pueden vistarlo en http://www.flickr.com/photos/michaelpt/


2 comentarios:

Martín Franco Vélez dijo...

Yo menos, gabo. Hace rato deje de comerles cuento y tengo que decir -con tristeza- que no se me conmueve el corazón. No señor. ¿Plata pa' vicio? ¡Nanay cucas! Y eso que soy honrado, pues. Saludos.

Martín Franco Vélez dijo...
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Prueba

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