miércoles, 31 de octubre de 2007

¡Malditos apátridas!

Sucedió en el 2004. Nosotros pujábamos y apretábamos el cuerpo cada vez que Boca Juniors se asomaba por el área grande. Unos metros más allá otros gritaban “y dale Booooca, dale Bo-ca”. Los hinchas xeneizes esperaban la goleada. Se sentían campeones después de haber dejado a River en el camino. “Y dale Booca, dale Booca”, gritaban a nuestra oreja. Nosotros no decíamos nada. De todas formas éramos menos y no queríamos alegar con nadie. La situación mejoró cuando un tiro de Soto pegó en el travesaño. Los Xeneises enmudecieron…

El partido terminó cero a cero y los boquenses de nuestro lado se marcharon cabizbajos. No estábamos en la bombonera. Simplemente en una casa igual a otras tantas de clase media bogotanas. Y los de nuestro lado no eran argentinos sino colombianos comunes y silvestres como nosotros. ¿Entonces por qué diablos gritaban a favor de Boca? Tal vez porque hacen parte del grupo de apátridas que disfrutan y son felices cuando a Colombia le va mal. Iguales a quienes en el Campeonato Mundial de Patinaje de Cali deseaban que otro país fuera campeón. Los mismos que no pueden ver triunfos de un equipo que no sea el suyo, ni de una disciplina o deporte diferente a la de su gusto. “¿Qué ha hecho Santiago Botero?”, me preguntaba uno de ellos. “La ignorancia es atrevida”, pensé. Y lo peor es que a gran parte de ellos les encantaría volverse adeptos de la Iglesia Maradoniana, la cual escribo con mayúscula solo por creer que es nombre propio. ¡No señores! A mí no me estresa ni me incomoda que a Millonarios le vaya bien en la Sudamericana. El ser hincha de América no me significa un impedimento. Si les va bien, hasta los felicito. Pero jamás me trasnocharía porque no ganó Boca, ni me uno a quienes sostienen que el club argentino le regaló esa copa al Once, porque le dio lástima. ¡Ay, señores! Celebren lo suyo. No se trasnochen por cuestiones de otros que, al fin y al cabo, no creo que el señor Macri se preocupe porque un colombiano apátrida apoyó al Cúcuta o al Once en lugar de a su sagrado Boca Juniors.

domingo, 28 de octubre de 2007

El bus de las 4:30

Así es, Señor. Vendo dulces en los buses. Uno en doscientos, tres en quinientos, siete en mil, eso mismo y sólo eso. ¿Por qué? Porque me da la gana. ¿Ha pensado alguna vez si alguien tiene alguna otra razón para vender dulces en los buses? Sí, es verdad. Es posible ganarse unos quince mil o veinte mil pesos diarios en esto. A algunos les va mejor. Pero, la verdad, no me preocupa. Yo no los vería como competencia ¿sabe? Claro, de todas formas mi caso es diferente. Yo no vendo dulces para ganarme la vida. Mis padres pagan mis estudios y mi sustento en esta ciudad. Con algún trabajo complementario que alguien me encarga -pues soy buen estudiante y gracias a ello mis profesores me han recomendado en algunas empresas- suplo los gastos de un universitario normal. No, materiales y fotocopias, no. Eso viene incluido en lo que me dan mis padres. Los gastos de un universitario normal son cosas como cerveza, trago, rumba, taxis y todo aquello que los progenitores de un mal o buen estudiante desconocen. Así que no tendría ninguna razón para pretender robar un bus. A propósito, ¿por qué ustedes detienen a los vendedores de los buses? ¿Por qué nos tiene aquí? ¿Acaso creen que somos una caterva de ladrones? ¡¿Por seguridad?! ¡Por seguridad! Yo a ustedes los he visto cargarse vendedores de buses a macanazos en sus dichosos camiones de policías. Por eso todos corren y se esconden cuando los ven venir. En realidad no creo que haya ninguna orden oficial contra los vendedores de buses, porque seguramente nadie habrá regulado sobre eso. Recuerde que en este país todo debe estar prescrito, proscrito o como se llame para que las supuestas autoridades como ustedes actúen en consecuencia. Y nada se regula si no se demanda, o se necesita un impuesto. Y hasta ahora no hemos sabido si a alguien se le haya ocurrido demandar la venta en los buses por competencia desleal o si, simplemente, hayan querido chantarnos un arancel de cámara y comercio por cuenta de vender 7 dulces en los buses. Sí, señor, ya le dije que soy estudiante. Estoy terminando mi carrera, por lo tanto no soy ningún ignorante, yo sé de estas cosas. ¿Ladrón? ¿Ladrón? Vaya a ver si ustedes tienen idea de quiénes son los ladrones. Y luego dicen que son policías. ¿Cuántos ladrones cree usted que venderían dulces en los buses? ¿Eso no sería contraproducente? Precisamente vender dulces en los buses es una manera más elegante de mentir. De hecho los compradores nunca se sienten estafados y siempre están satisfechos. No hay mejor negocio que éste, pues usted no necesita tener servicio al cliente. Si el lapicero sale malo y no dura más de un par de días, cualquier peatón no juzgará mal al vendedor. “Pobrecito - dirían - igual no tiene más de qué vivir, había que ayudarlo. Mal que bien yo algo tengo y puedo comprar otro lapicero. La verdad lo hacía por colaborarle”. Y lo sé porque muchos de mis compañeros de universidad piensan eso. Entonces póngase a pensar, quién diablos se subiría como vendedor a un bus para estudiar un robo. Sobre todo porque no tendría oportunidad de sacar conclusiones y volverse a subir al mismo bus y encontrar a la misma gente y en la misma posición. ¿Es que ustedes no piensan? Yo he visto a los verdaderos atracadores de buses. Suben. Sacan un arma. Se la ponen a alguien en el cuello, lo intimidad y le quitan, generalmente el teléfono. Dicen que algunos atracan a todos los pasajeros y luego se bajan. Esos llevan armas de fuego, pues un cuchillito no le gana a la cruceta o la varilla de metro y medio del busetero. ¡Ah, entonces terrorismo, me dice usted, que puede estar planeando un atentado, que ustedes no saben qué esté tramando yo! Valiente manera de pensar la suya. “¡Como no lo pude acusar de una cosa, pues chantémosle otra!” No, señor, así no son las cosas. En primer lugar no hay ni conmoción interior para qué usted me detenga por terrorismo por el simple hecho de vender unos cuantos caramelos en un bus. Y en segundo lugar qué tipo de equipo me encontró usted para yo recolectar información sobre las rutas del transporte público. No, no, no. Ni más faltaba. ¿No se les ha ocurrido a ustedes que los terroristas andarán por ahí como pasajeros normales y cuando se bajen irán a su escondite a tomar nota? Si fuera terrorista, vender dulces en los buses jamás se me pasaría por la cabeza… … ¿¡24 horas!? ¿Qué eso es lo mínimo? ¡Señor, eso es injusto! Mañana tengo un examen, déjeme ir, ¡yo no he hecho nada malo! Sí señor, eso digo, no estoy necesitado. Es la verdad. No soy ningún mentiroso. ¿Es difícil de aceptar? No paso necesidades, no hago esto por beneficio económico. Ya sé, ya sé. Me lo ha dicho cientos de veces. Ese argumento es muy sospechoso. Pero ustedes jamás entenderían. Está bien, está bien. Vendo dulces en los buses. El dinero no me interesa. ¡Déjeme terminar, aunque sea! No me interesa el dinero. Siempre tomo la misma ruta, es verdad. No la cambio. Subo y bajo en un Unicentro, desde la avenida 19. Se va por la séptima, de los que cuestan mil cien pesos. Unos buses grises, con una franja verde y otra amarilla. Tienen los conductores peor educados de Bogotá. Cuando un pasajero da un timbrazo de más, pidiendo la parada, se detienen, abren la puerta y clavan su mirada en el espejo de la escalera de descenso. Cuando el pasajero está a punto de convertirse en transeúnte y tiene un pie en la calle y otro en la escalera del bus, aceleran para que éste se golpee. Lo tomo a las 11 de la mañana los martes. Los demás días a las 4:30, excepto el lunes, porque mi horario no me lo permite. Hago dos viajes, generalmente con la esperanza de encontrar lo que busco: una mujer. La vi por primera vez en ese bus. Es hermosa ¿No cree usted en el amor a primera vista? La he escuchado hablar por teléfono celular con sus padres o algún amigo. De ahí deduje que tiene un corazón noble. Siempre quiere ayudar. Estudia en los Andes, según sospecho. Su rostro, sus labios, sus ojos y su cuerpo me encantan. Es una composición perfecta. Ternura y belleza. Parece sacada de algún cuadro fantástico. Pero sólo la vi dos veces. Tomó mi mismo bus en la primera ocasión. Yo lo había abordado en la Colina Campestre. Ella se subió cerca de Unicentro. Y yo siempre había esperado toparme con una mujer así en el bus. Siempre imaginé que la casualidad alguna vez me reservaría la oportunidad de sentar a una mujer hermosa junto a mí en el bus, en un viaje de una hora, o tal vez más. Entonces yo le hablaría, nos gustarían las mismas cosas y hasta acordaríamos salir. Pero ella también tuvo la oportunidad de elegir y prefirió el asiento diagonal a mí banca, que también estaba disponible. No voy a su misma Universidad, pero sí a una cercana. Por eso supe dónde estudiaba. La segunda vez que la vi, ella estaba tomando la misma ruta de bus, pero de regreso. Era la misma que tomamos la vez pasada. Pasaron otras similares y con puestos disponibles pero no los escogió, porque estos buses grises son nuevos y más cómodos. Yo corrí a tomar el mismo bus, pero no lo alcancé. Entonces la vi partir hacia el norte con su mirada clavada en el cielo a través del vidrio del costado derecho del vehículo. Desde entonces decidí buscarla. No sé si seré capaz de hablarle cuando la encuentre. Pero la busco. Y no encontré mejor recurso que vender dulces en los buses.

¡Muy buena foto la de Chocolate_buttons! Espero también me disculpe la copiada. Pueden visitar su flickr en: http://www.flickr.com/photos/picturingsongs/ También me traje una de www.busesdebogota.com


sábado, 27 de octubre de 2007


Conversación de Messenger

-Tonces!

-Qué más!

-Vamos a ir a almorzar o qué?

-Ya?

-Chino, necesito comer rápido

-Comer rápido o salir temprano?

-No entiendo

-Pues si quiere ir a indigestarse y embutirse toda la comida de un trago, no cuente conmigo, pero si quiere que salgamos temprano, es decir, antes de la una, lo acompaño

-Jajaja. - No fresco, temprano

-Oiga tengo que comentarle una cosa

-Soy todo oídos

-Bueno, será ojos, porque no quiero conectar el micrófono, así que le tocará leer

-Jajaja - dígame entonces

-Habló con esta vieja?

-Cuál?

-La de ayer

-(Muñequito)

-???

-(Muñequito, Muñequito)

-No le entiendo

-Ud. Cómo sabe eso

-(Muñequito)

-Qué pasó

-Pues yo estaba con Ud.

-(Muñequito) - Nooooooooo! A qué horas. Yo me fui solo

-Yo llegué al billar, no se acuerda?

-Uy! yo estaba muy peo

-Quéééééééé?

-Borracho

-Ah….

-Yo no me acuerdo de nada. Pero esa vieja amaneció en mi cama

-Cómo así!!!!?

- Yo no sé! Pero estaba ahí desnuda y yo también...

-Nooo! Ud. Cómo ...

-(Muñequito)

-(Muñequito)

-(Muñequito, Muñequito)

-(Muñequito)

-Jajajaj! - De dónde sacó ese

-Un amigo lo tenía. Yo no sé de dónde es que se los bajan

-Eso es un misterio. Mire estos que tengo yo - (Muñequito, Muñequito, Muñequito, Muñequito)

-Jajaja! Ese tercero está bueno

-Y párele bolas a éste (Muñequito)

-Ah! No, ese es Ud. Así estaba anoche

-Uy sí! Y qué dirá la jefe?

-Pues no creo que cuente que amaneció con Ud.

-Ella qué le dijo?

-No, yo no soy capaz de hablarle

-Y no le hable a nadie de la oficina porque ya todo el mundo sabe de su mal gusto. Jajaja!

-Grave, loco. Ahora sí ya no me para bolas la monita

-Jajaja! Y terminó con el novio ayer

-No jodás!

-Para que vayás viendo!

-Bueno qué hora es

-Toca almorzar, vamos o qué?

-Listo, oiga, de quién es este libro que está acá

-Es mío, lo que pasa es que se corrió de mi escritorio y le invadió el suyo, qué pena, ala!

-Ah! Entonces tome pa’llá!

-Uhmmmm! Mijo, pero usted ayer regó café y mojó hasta mis papeles y no dijo nada!

-Camine, pues!

-(Muñequito)

-(Muñequito)

-“X amigo” aparece como no conectado

-(Cerrar cesión)

viernes, 26 de octubre de 2007

Unas palabras...

Correveidile

Como esta palabra no se ven dos. Esas terminadas en ‘mente’ provocan un tintineo molesto en los oídos y se tornan monótonas. Los verbos, por su parte, tienen un final esperado: ar, er o ir. A veces disimulan con sus conjugaciones pero, en el fondo, eso no constituye más que maquillaje de gramática. Los adjetivos y los adverbios pueden sonar hermosos, aunque por sí solos no son nada. Contraen una apariencia difusa dependiendo del juicio caprichoso de un autor, en asociación con las palabras que acompañan. ‘Sucio’, por ejemplo, puede inspirar belleza para alguno, y horripilación para otro. Y los sustantivos. ¡Oh los preciados sustantivos, sin los cuales hablar es imposible! Pues estos se convierten en el terreno de invasión de los demás signos lingüísticos que quieren significar y a la vez sorprender. Celular, como evidencia, se volvió sustantivo. Paginación, de un momento a otro apareció como tal. “La paginación está mal”, decimos. Y así se crean tantos adefesios semánticos con forma aceptable pero fondo perverso, y viceversa. ‘Monitoreo’, por ejemplo, y su pariente ‘monitorización’ me revuelcan el hígado. ¿Y qué tal otros híbridos disfrazados de sustantivos como ‘inalámbrico’ (¿me pasas el inalámbrico?) o lateral (¿Quién juega de lateral?)…

Pero entre la piedras nacen flores, decía un amigo mío, y ahí tienes al correveidile, otro producto de la mutación lingüística. Éste es más antiguo que los ya mencionados. Pero tiene gracia en la forma y en el fondo. No tintinea en el oído. Suena melodioso. Integra tres verbos en un sustantivo y tiene una picardía especial para designar un significado extenso. El castellano no pudo dar mejor premio a los chismosos que un sustantivo de este tipo.

¿Cómo lo ves, Franco?...

miércoles, 24 de octubre de 2007

Con otros ojos...

Regálenme pa’un pan

El vendedor se sube al bus y cuenta una historia triste. Muestra una herida horrible en su abdomen, la piel pudriéndosele en la pierna, una cicatriz de cuando vivió en un caño y sumido en las drogas, habla de un hijo necesitado de medicamentos caros, dice tener hambre o haber salido de la cárcel hace dos horas y que estuvo allí durante dos años por un crimen que no cometió. Nos conmueve. Tenemos los ojos aguados. Nos impresiona con su conversión a Cristo o su habilidad para declamar poesía. Y aflojamos el puño en el bolsillo. Le compramos sus lápices cuya punta no traza más de dos líneas, o los deliciosos dulces Italo, los lapiceros que no duran más de una semana. Otros le dan dinero, pero no le piden nada a cambio. Su mano recibe monedas de distintas nominaciones. Agradece y se baja con 2.000, 4.000 ó 5.000 pesos, dependiendo de la faena. “Pobre hombre”, dijimos. “Había que ayudarle”. “No quisiera estar en esa situación, mal que bien yo tengo trabajito”. Dos o tres abordan el bus en similares condiciones. Cuando llegamos a casa, concluimos que un taxi hubiera costado lo mismo. Hubiésemos viajado más cómodos, traeríamos menos cosas inútiles y quizá, sólo quizá, no estaríamos tan mojados. Pero ayudamos. ¡Oh sí! ¿Pero a quién le ayudamos en realidad? ¿No es el dinero traicionero? Hace un año o dos El Tiempo publicaba una entrevista a un hombre que se ganaba la vida pidiendo plata en los buses. Ese era SU TRABAJO, según él. Contaba que lograba reunir hasta un millón y medio mensuales. Gastaba quinientos mil en una pieza, algo más en comer y el resto en alcohol, drogas y - ojalá - rocanrol. No, señor, entonces tal vez no lo ayudamos. Algunos sí pedirán por necesidad, pero como estamos en Colombia, a estos, seguro, no les va tan bien. ¿Cómo podemos determinar esto, nosotros, los ciudadanos inocentes? Mi padre, tan sabio como cualquier padre, me recordará el ejemplo de los Sacerdotes Capuchinos. Ellos recomiendan ser caritativos, pero nunca regalar dinero. “Mejor dar un cuarto de arroz que cinco mil pesos”, decían. (En mi tierra un cuarto equivale a 5 kilos). Pero luego, a este noble periodista le cuentan de pobres que piden ropa, mercado, cualquier otra cosita y después todo lo venden para recaudar el fondo de sus vicios. ¡Ay de nosotros, caritativos pasajeros de bus! Y pensar que tengo amigos docentes y periodistas, cuyo salario apenas supera el mínimo. Gracias a la generosa reforma laboral de nuestro gobierno, sus contrato es de prestación de servicios, entonces de esa suma les descuentan un 10 por ciento de retención y deben destinar poco más de cien mil pesos para pagar salud y pensiones. Lo sorprendente es que más tarde los ves compadeciéndose de un pobre vendedor de bus o de un desplazado que, según lo he visto en las noticias, recibe un subsidio de trescientos mil pesos mensuales. Casi lo mismo que te queda de un salario mínimo devengado como prestación de servicios. Pero los hombres honrados siempre seremos inocentes y caritativos. Claro, otros nos aburrimos, por eso yo hace mucho preferí desconfiar y ya no compro en los buses, ni regalo una monedita en la calle.

Le doy las gracias a "Michael" por la foto de Flickr y le pido disculpas por tomársela prestada. Pueden vistarlo en http://www.flickr.com/photos/michaelpt/


Unas palabras...

Me encantan los chistes de Condorito. Recuerdo uno en el que nuestro chileno amigo lucía gafas oscuras en una calle de Pelotillehue y de su cuello colgaba un letrero con la leyenda: “Sordo y Ciego”. Pasó una gorda, le echó una moneda en el sombrero y sin querer lo pisó. “¡Vieja desgraciada, se ve que pesa más de una tonelada!”, le gritaba Condorito, entre otras cosas. Ya imaginarán como continúa el resto del chiste. Pero esta revista siempre fue demostrativa de nuestra cultura latinoamericana. Ahí estamos pintados.

Prueba

Estoy realizando algunas pruebas para volver... Published with Blogger-droid v1.3.4