viernes, 30 de mayo de 2008

Cierres

Cuando trabajas en una revista, tienes cierres. Y cuando tienes cierres pasan problemas y afanes por tu cabeza. Y de repente, te pones sentimental. Recuerdas: cuando era niño me gustaba leer la prensa, las revistas. Y ahí leía comentarios sobre libros, discos, personas. Hablaban de temas nacionales y de farándula. Cromos, Cambio 16, Semana, El Espectador, eran nombres que tal vez me admiraban. Y creía en esos cometarios; pensaba que eran opiniones sofisticadas de personas que trabajaban y conocían mucho sobre la sociedad, el país y el mundo. Quienes escribían, tal vez, tenían sus manos el don del conocimiento.
Quise ser periodista y ahora soy yo quien escribe. Y desde este lado veo cómo siempre corre la improvisación, el texto para rellenar el espacio, las frases que nos inventamos para embellecer un artículo, la parafernalia de montar las fotografías para que todo se vea bonito. Se devela la verdad de que nada es original ni exclusivo: esta empresa o la otra trabajan con los mismos, pero a una le va mejor. Todas las marcas de yogures tienen el mismo proveedor de saborizante. Todos los restaurantes, o la gran mayoría de ellos, le compran la carne al mismo productor. Y entra la noche y cortamos temas. Nos obligan a escribir bellezas de aquel que pagó. El criterio a veces se va al carajo y, si se puede, logramos contar con un par de páginas para incluir el tema que de verdad queríamos reportear, investigar. Y tal vez, si el tiempo alcanzó, hasta quedó bien hecho. Se imprime y, al día siguiente, volvemos a empezar.

Y entonces me pregunto, cuántos de nuestros lectores verán nuestros textos con la misma admiración que yo los leía cuando era niño....

sábado, 10 de mayo de 2008

1,2,3 ambulancias para todos


Antes de desfogar este post que me da vueltas en la cabeza desde hace algunos días, aclara que – como a todo buen cristiano – la muerte de las personas me duele y siempre lamentaré el hecho de ver cómo los seres humanos, de a uno, se marchan a mejor vida. La muerte - como decían los cuentos que mi padre relataba – se lleva a todos por igual. Es la más justa de las instituciones humanas. Y así sucedió con el Senador Fernando Castro (Q.E.P.D.), cuya muerte me produjo un extraño escozor en el cuerpo, por cuanto hace menos de un mes yo había escrito, aquí mismo, en contra de uno de los proyectos de Ley que él había propuesto en el Congreso de la República. De hecho, se desvaneció, víctima de un infarto, cuando defendía dicho proyecto. El resto de la historia ya lo conocen. La ambulancia no llegó; no hubo atención médica en el recinto; llegó a la clínica en un carro particular y murió más tarde. Después vino la oleada de los medios preguntándose: “¿Qué paso con la ambulancia y el servicio médico? ¿No es increíble que en un sector como éste esos servicios no estén disponibles?” Y llenando el panorama mediático de informes y artículos que entre líneas querían decir: “Si la ambulancia y el doctor hubiesen llegado, el congresista se hubiera salvado”. (“Si mi tía tuviera bigote, sería mi tío”, podría anotar, en modo irónico, una persona que conozco…)


Después del suceso, como para anotar una anécdota, Dario Arizmendi se la pasa llamando al Congreso, ejerciendo su labor de perro guardián del pueblo, como reza una de las definiciones del periodismo, con la intención de hacer una sola pregunta: “¿Ya hay camilla en las instalaciones de Congreso?”. Que hubiese habido una, querido Darío, no hubiera cambiado la suerte del Señor Castro. Ya el médico le había advertido, a comienzos del año, que debía reposar, dejar de fumar y no beber licor porque se exponía a un paro cardiaco. El hizo caso omiso, evidentemente, de las dos primeras. No había vuelta de hoja.


Pero que no llegara una ambulancia, por más condolencia y comprensión que quiera tener la opinión pública hacia los Padres de la Patria, puede ser culpa del mismo Congreso. Tan ocupados han estado ellos en legislar sobre temas que los colombianos no hemos deseado, ni hemos necesitado que se han olvidado de servicios básicos como éste. Las ambulancias deberían estar disponibles por toda la ciudad, encargadas de sectores determinados, para atender cualquier emergencia que se presente. No importa que se trate de un Congresista, un educador, un periodista, un hombre de la calle, una empleada de servicio, un congresista o un estudiante. Pero, lastimosamente no es así. A los conductores de ambulancias se les paga por paciente recogido. Si no recogen a nadie, no hay paga. Por eso se parquean cerca de los sitios donde ellos saben que pueden presentarse incidentes. Cerca de los bares citadinos, por ejemplo. Si se anuncia un herido, arranca la carrera de ambulancias. La primera que llegue se lleva el botín. Por crudo que suene, así es. Por eso tampoco se parquean donde el tráfico no fluye, como puede ser el centro de la ciudad. Por ende, cualquier cristiano que sufra un patatus en una zona no considerada por estos conductores, se expone a quedarse sin ambulancia. ¡Pero el Congreso ha legislado sobre la necesidad de que las personas paguen la EPS y las Pensiones así ganen por honorarios! No, no han dicho nada sobre cuál debe ser el servicio que reciban. De eso se encargan las tutelas. Allá, en las cámaras, se tramitan reelecciones, impuestos, presupuestos, cobro por minutos, transferencias, etc.


Seguramente, después de este incidente, reformarán las instalaciones del Congreso. Mejorarán los turnos médicos en sus edificios y, tal vez, tramiten alguna ley sobre ambulancias y servicios de urgencias y emergencias. Y ojalá, esperemos, que dicho proyecto, de ser propuesto, sea para todos. Para todas las zonas de las ciudades grandes y pequeñas, para todos los que trabajan, estudian o deambulan por una calle, para todo el estado y no sólo para la pequeña fracción que se ubica en los edificios de administración pública, legislación y justicia de Bogotá.

jueves, 8 de mayo de 2008

¿Nos querrán defender?


Me ha pasado, tal vez dos veces al año, que cambio de canales en el televisor, viendo qué hay para ver, porque estoy desvelado. Y, de pronto, me encuentro con el programa del Defensor del Televidente de Caracol o RCN. Seguro a ustedes también les ha pasado, seguro no lo han visto más de dos veces, seguro ni recuerdan de qué estaban hablando ese día, porque la emisión era como a las 12:30 o una de la mañana.

Así es fácil comprometerse a defender al televidente, señores: ellos (los canales) podrán decir que tienen todo un programa dedicado a atender todas las quejas y reclamos de los televidentes; que allí resuelven sus dudas sobre la ética de la producción, los valores transmitidos, la educación, etcétera; que esa es la oportunidad para enfrentar en sano debate a los productores, directores, guionistas, periodistas o cualquiera que esté involucrado en la producción de cierto programa, contra los espectadores televisivos. Y entonces nos tiran la pelota, esperando que les agradezcamos por su buena fe, por darnos ese espacio. ¿Pero a la una de la mañana para qué?

A esa hora, los padres responsables ya están durmiendo. Ellos, que tanto desean un programa para exponer sus desacuerdos con la televisión que ven sus hijos, no tienen ni oportunidad de ver el debate. Se pasarán la vida escuchando la misma respuesta: “ese tema ya lo tratamos con el defensor del televidente”. En ese programa donde, por cierto, siempre sale victorioso el canal. Y claro, porque no hay debate real. ¿A la una de la mañana quién debate? Ni siquiera se molestan (ni más faltaba) en atender una llamada en vivo. (¿A esa hora quién llama?). Así no se puede. Y bien cabría exclamar “no nos defiendan más”, como dice aquél bambuco.

¿De verdad nos querrán defender? ¿Existe verdadera defensa del televidente? Sí tuvieran la voluntad de hacerlo, de seguro ese espacio estaría en otra parte. “Pero si la gente ve novelas y no le gusta que se las corten, y los magazines y las series no darían espacio. ¿Dónde?”, nos podrían decir. Pero si lo pensamos mejor, si ponemos atención, descubriremos que hoy los noticieros de televisión tienen, cada vez, mayor parecido a un periódico: cuentan con sección de deportes, política, economía, indicadores, internacionales, sociales, entretenimiento, etc. Ahora bien, si tanta gana tienen de emitir un noticiero desde la una hasta pasadas las tres de la tarde, ¿qué les cuesta meter al defensor del televidente en un pequeño espacio de la eterna sección de farándula? Por lo menos una vez a la semana no estaría mal.

Prueba

Estoy realizando algunas pruebas para volver... Published with Blogger-droid v1.3.4